De los currículos falseados a Jean Claude Romand

La mentira convive con nosotros. Unos mienten más, otros menos, pero mentir mentimos todos. La mentira está muy penalizada en la sociedad y sin embargo algunos sociólogos sostienen que sin ella la sociedad no existiría tal como la conocemos. Todo el mundo agradece, por ejemplo, que le digan que su bebé es mono o que su casa a la que te invitan tras haber hecho obras está decorada con gusto. Y es que decir lo contrario sería toda una grosería. Son las llamadas mentiras blancas, sociales o piadosas. Me sumo pues a decir que la mentira es en alguna medida necesaria.

Cifuentes, Casado, Montón, Sánchez… Estos días estamos asistiendo en España a una batalla entre políticos a causa del currículum. El currículum, ese gran soporte para que se dé la mentira en mayor o menor medida. Y los políticos no son menos: a veces el currículum es una efectiva herramienta que se inserta en la estrategia de la construcción de una marca o una imagen personal: más tecnócrata, más intelectual, más internacional, según lo que cada asesor considere que puede necesitar.

Lo difícil llega, ya sea en el currículum engrosado ya sea en cualquier situación de mentira, cuando hay datos contrastables. Los políticos, o cualquier persona, pueden defender su inocencia y credibilidad durante todo el tiempo que los datos disponibles se lo permitan. Harán sus declaraciones, los periódicos llenarán páginas, serán centro en las conversaciones, los analistas escudriñaremos el lenguaje no verbal. Y para ellos será duro, porque mantener una mentira exige contar con diversas habilidades y genera una situación muy estresante.

Por ese motivo, poder desmarcarse de la situación es una liberación. ¿Podrían verse las dimisiones de los políticos en estos casos de currículum cuestionados, como acciones que confirman las sospechas? Es decir, ¿dimiten solo para salvaguardar su imagen o también buscando el alivio de poder dejar de mentir? La conducta, más allá del puro comportamiento no verbal o el discurso verbal, también nos puede aportar información.

Siguiendo con lo estresante que puede ser mantener una mentira, o toda una vida de mentiras mejor dicho, estos días vuelve a ser noticia Jean Claude Romand. Un caso fascinante en el que podéis profundizar en el libro L’Adversaire, de Emmanuel Carrère, y en la película El adversario, en mi opinión magistralmente actuada por Daniel Auteuil.

Jean Claude Romand es un hombre francés que tuvo una doble vida. Casado y padre de dos hijos, todas las mañanas se iba a trabajar supuestamente como médico e investigador a la OMS en Ginebra. Pasaba el día en la cafetería o en el coche aparcado en la carretera, estudiando manuales de medicina, y volvía a casa ya al atardecer. Mantuvo a su familia y a su amante en la creencia de que trabajaba como doctor en Suiza durante 18 años. Lograba ingresos gracias a estafas piramidales (pedía dinero a sus allegados supuestamente para invertir en diversos intereses en Suiza, y con los préstamos de los siguientes iba devolviéndoles a los primeros). Su vida, desde las conversaciones, hasta sus horarios, hasta el sueldo, estaban hipotecadas sobre una mentira, que generaba a su vez otras mentiras. Imaginemos lo que debía de ser llegar cada día a casa e inventarte anécdotas del día, viajes, personajes… ¡Qué memoria debía de tener para recordar todo!

Cuando su familia y amigos más íntimos tuvieron sus primeras sospechas fundadas y la situación empezó a volverse insostenible, Romand acabó asesinando a su mujer, hijos y padres, en 1993. Y se sospecha que años antes habría matado a su suegro cuando este insistió en recuperar el dinero que supuestamente Romand le había invertido en Suiza. Romand intentó suicidarse pero los bomberos le salvaron la vida, por lo que fue condenado a cadena perpetua en 1996, y está a punto de salir ahora, y por eso vuelve a ser noticia estos días en los medios.

Una vez en condenado, y eso es lo que nos interesa hoy aquí, reconoció al psiquiatra Denis Toutenu que por fin podía se él: «Nunca he sido tan libre, la vida nunca ha sido tan bella. Soy un asesino, con la imagen más baja que se pueda tener en la sociedad, que es más fácil de sobrellevar que los veinte años anteriores [de mentiras].»

Podemos entender fácilmente el suplicio que debió de ser llevar esa vida, aunque la hubiese elegido él, y el alivio que sintió en prisión.

El caso de Romand es un ejemplo mítico en el estudio de la detección de la mentira desde diversos ángulos, como personalidad, tipología de la mentira, análisis de conducta… Llevemos la mentira a un extremo como en el caso de Romand o a un engaño menor, cuando la situación aprieta nuestras acciones quizá se guíen por el miedo a ser descubiertos o quizá también por la búsqueda del alivio, de acabar con esa situación. ¿A qué responden las amenazas de Sánchez de emprender acciones legales contra los medios que cuestionan su tesis? ¿Y la dimisión de Cifuentes? ¿Y la de Montero? ¿Y el contraataque de Casado de » y tú también» a Sánchez? ¿Y los currículos de otros políticos que en estos meses han retocado a la baja en sus páginas web? Seguramente muchas acciones se deban a directrices dentro de sus partidos, pero también son reacciones ante la posible puesta en evidencia de datos, y el cansancio de tener que estar en el ojo del huracán.

Volviendo al panorama nacional político, es posible que los casos candentes actuales de currículos engrosados no sean los últimos. Veamos mientras qué comunicación no verbal muestran, qué argumentos incluyen en su discurso verbal y qué acciones llevan a cabo. Y podemos reflexionar nosotros también, ¿qué haríamos nosotros en su caso?

Un cordial saludo como siempre,

Ana

Descubrir vs sospechar mentiras. El papel del lenguaje no verbal

Descubrir una mentira es más complicado de lo que podría parecer. A muchos nos gustaría que cuando alguien mintiera sucediera como le pasaba a Pinocho: que le creciera la nariz o hubiera alguna señal claramente sintomática. Pero la realidad y lo que la ciencia ha demostrado es que esto no va así. La cosa no funciona de forma tan automática o directa.

Son muchos los estudios científicos e investigadores que se han centrado durante años en analizar el comportamiento verbal y no verbal del mentiroso: qué suelen decir, qué conducta no verbal suelen adoptar, etc. Se ha aportado mucha luz y a día de hoy quienes nos dedicamos a este ámbito manejamos un conjunto de variables que nos permiten analizar a una persona cuando habla (o no habla) y sacar conclusiones que nos aportan información más allá de las meras palabras dichas. Estos análisis, sin embargo, no siempre se hacen sobre la marcha sino que frecuentemente pueden requerir un estudio posterior (si hay grabación en vídeo) en el que se aplica un protocolo minucioso para poder llegar a conclusiones argumentadas.

Algunos investigadores han dado un giro al enfoque y se han centrado no tanto en saber cómo nos comportamos cuando mentimos sino en cómo descubrimos que alguien nos miente (siendo no expertos en la materia). La atención para ellos se sitúa entonces en el receptor. Hasta ahora se había llegado a la conclusión de que el receptor de la mentira no descubre que le mienten por el lenguaje no verbal ni por el discurso verbal del emisor, sino que descubre la mentira solamente a través de pruebas concretas: información de terceras personas (alguien que vio al otro), confesiones solicitadas o no, pruebas físicas (mensajes, fotos, facturas…), etc. Lo que en inglés llaman «hard evidence».

Sin embargo, un grupo de investigadores de las universidades de Buffalo y Michigan (E. Novotny et al.) quisieron ir más allá y dieron una vuelta de tuerca a los planteamientos anteriores. Llevaron a cabo un estudio en el que diferenciaron entre cómo descubrimos una mentira y cómo sospechamos que alguien nos miente.

Tal como planteaban en sus hipótesis, cuando a los participantes se les preguntaba cómo habían descubierto que alguien les mentía, explicaban que habían descubierto las mentiras gracias a pruebas específicas, ajenas al discurso verbal o al lenguaje no verbal del sujeto en cuestión. Esas variables verbal y no verbal se mencionaba solo un 1% de las veces. En cambio, si a los participantes se les preguntaba por cómo sospecharon que su interlocutor les mentía, en ese caso sí hacían referencia a cuestiones de conducta verbal o no verbal (en un porcentaje mucho más alto, 43%).

Esto vendría a ser que en el día a día, si alguien nos miente podemos notarlo «raro» mientras nos habla: tanto en gestos, posturas, miradas… como en lo que dice. Ese comportamiento nos hace sospechar que nos podrían estar mintiendo, lo que nos podría llevar a investigar más (preguntar a otros, coger el teléfono móvil, indagar por nuestra cuenta) y entonces descubrir pruebas específicas de que nos estaban mintiendo; o bien la sospecha queda en el aire a falta de pruebas.

Este estudio me resulta especialmente interesante porque sitúa el comportamiento no verbal en el punto de partida en la detección de la mentira entre los no expertos, en su día a día en el mundo real. Al analizar los resultados de estudios previos se había echado un poco por tierra el que realmente pudiéramos descubrir mentiras por el comportamiento verbal y no verbal; la conclusión general era que al final, en el día a día, entre no expertos solo se descubren las mentiras a través de pruebas.

Sin embargo ahora podemos precisar más y pensar que el descubrir una mentira es un proceso con dos fases: la fase 1, la sospecha, que tiene lugar gracias a variables conductuales. Y la fase 2, el hallazgo, a la que solo se llega si se tienen pruebas.

Por otro lado, desde el punto de vista de la comunicación, este estudio confirma una vez más que cuando somos receptores de un mensaje basamos parte del significado global en lo no verbal: no hace falta ser un entendido en la materia para tomar en consideración las señales no verbales.

¿Para qué puede servirnos esta diferenciación entre sospecha y hallazgo? En el ámbito profesional, no os quedéis en la fase 1, sospecha. Si a lo largo de las interacciones habéis estimado que alguien os podría estar mintiendo (en una entrevista de trabajo, una negociación, en cuestiones de equipo…), dadle a esa percepción de lo no verbal el valor que tiene. Quizá podéis profundizar y encontrar los medios para contrastar esa información que os están dando (eso sí, ¡sin volvernos paranoicos!).

Para terminar, os hago las preguntas del estudio:

  • ¿cómo descubristeis que alguien os mentía?
  • ¿cómo sospechasteis que alguien os mentía?

Apuesto a que las respuestas son diferentes 🙂

Un saludo cordial,

Ana