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Amabilidad: un gran activo, no una debilidad

La amabilidad está infravalorada. Pasa desapercibida. Pocos son los que hacen de ella un lema de vida y la aplican día a día a conciencia. Quizá podamos verla como algo anodino, como el sonido de la propia palabra, suave y sin que llame la atención. Y sin embargo es una cualidad, una actitud, con la que se llega muy lejos y dejando una huella profunda y positiva.

¿Qué es la amabilidad?

Si vamos al diccionario, «amabilidad» se define como ‘cualidad de amable’, y «amable» se define como ‘afable, complaciente, afectuoso’. La definición se queda muy corta, porque ser amable engloba un sinfín de otras posibles actitudes que tienen en el centro el trato respetuoso y agradable hacia el otro.

La amabilidad es una forma de relacionarnos con los demás, en la que prevalecen las conductas prosociales, con las que evidenciamos la valía que para nosotros tienen las otras personas. En cada interacción mostramos que el otro y toda su circunstancia importa.

¿Se nace amable o nos hacemos amables?

La amabilidad es uno de los 5 macrorrasgos del modelo de personalidad Big 5 (5 Grandes factores de personalidad). Los otros 4 son: extroversión, apertura a la experiencia, responsabilidad y neuroticismo. El modelo se desarrolló en inglés y la palabra original (agreeableness) equivale a «agradabilidad», pero muchos lo traducen como amabilidad, y considero que es una palabra que abarca suficientemente bien el rasgo.

Un macrorrasgo no es algo que o se tiene o no se tiene, no es blanco o negro, sino que es una dimensión en la que uno puede situarse en un extremo (ser muy amable), en el otro (ser muy poco amable o desagradable) o en un término medio. Lo habitual es puntuar por el medio.

Hay quien desde pequeño, ya sea por lo visto en su desarrollo o por su naturaleza genética (nurtura o natura), muestra unas maneras cálidas en el trato a los demás y en cambio quien es desagradable hacia los demás constantemente y sin motivo aparente. Pero más allá de la base que se tenga, podemos desarrollar la amabilidad. Se puede aprender a ser amable.

Al igual que alguien que no tiene especial facilidad por ejemplo para los deportes de raqueta puede acabar jugando con un nivel alto en su club deportivo si se lo propone (entrenos, partidos, ver vídeos, nutrición…), también alguien que se proponga ser amable o más amable puede conseguirlo. Probablemente, en situaciones de estrés o de alta exigencia, le costará más actuar de manera agradable si es alguien impaciente, arisco o muy emocional, pero el esfuerzo al menos en las situaciones neutras del día a día dará buenos resultados.

En esa escala de grises que son las puntuaciones medias, me atrevo a afirmar que la mayoría sabemos ser amables a las buenas, es decir: con quien apreciamos o nos interesa. La dificultad está en resultar agradables en las situaciones de alta exigencia o con las personas que nos resultan indiferentes o, especialmente, nos caen mal. Pero, ¿por qué no ser amables también? Muchas veces, son los gestos amables los que cambian la inercia de las relaciones, las conversaciones difíciles o los acuerdos enquistados.

Las maneras, la observación y la voluntad son buenos caminos para aumentar nuestra capacidad de ser amables y saborear los frutos.

Las maneras, un comodín válido

Hay algo que funciona de maravilla para poder tener una conducta amable de forma generalizada: si no nos nace ser amables de forma natural, tenemos la educación, o más específicamente, las maneras. Aunque hay quien piensa que las maneras tienen el objetivo snob de distinguirse unos de otros según el nivel de «refinamiento», en realidad las maneras buscan favorecer la convivencia, hacer la vida agradable al otro. Por eso, cuestiones tan básicas como: servirle al otro primero al comer, dejar pasar, no hablar demasiado alto, no interrumpir, ir bien vestidos (incluso en pijama), no hablar de uno mismo demasiado y un larguísimo etcétera, pasan bien como gestos de amabilidad. Resultamos más agradables cuando nos comportamos de forma educada y cívica.

La observación, baza del desprovisto

Cuando uno no es particularmente amable y tampoco ha tenido la fortuna de recibir una educación en la que se pulen las maneras… no todo está perdido ni mucho menos. La observación es un trampolín para llegar adonde nos propongamos. Joe Navarro en su libro Be Exceptional explica con detalle la importancia de la observación para el desarrollo personal.

¿Qué persona amable destaca en tu entorno por resultar agradable? ¿A cuál admiras por su cordialidad constante hacia los demás? Puede ser la persona que cada día te trae el café en tu bar favorito; un profesor especialmente atento; ese amigo de amigos que siempre tiene un saludo especial para ti… Hay muchas personas a tu alrededor que podrán servirte de referente para dar los pasos correctos hacia la amabilidad.

Obsérvalos. ¿Qué hacen en concreto? ¿Cómo hablan, miran, sonríen… para que los demás se sientan claramente a gusto cerca de ellos? Si te interesa ser más amable, sabrás fijarte en las pequeñas conductas que marcan la diferencia en el trato.

La amabilidad, una inteligencia social

La amabilidad puede confundirse con debilidad, pero nada más lejos. La amabilidad es como un boomerang: al amable se le abren puertas sorprendentes.

Decía Wayne Teasdale «La amabilidad es la forma más elevada de inteligencia». Teasdale fue un monje de EE.U. dedicado al diálogo y el entendimiento entre las diversas religiones. Y es que uno puede emplear conductas agradables en muchos contextos. Al igual que en el ámbito policial (en Occidente) se ha abandonado no solo la tortura sino también los interrogatorios incómodos, y se han sustituido por estrategias de establecimiento de lazos entre investigador y detenido; al igual podemos nosotros emplear la amabilidad en cualquier contexto: laboral, familiar, deportivo, con desconocidos, en los lugares donde nos prestan un servicio (banco, hospital, peluquería) y de paso salir resarcidos nosotros también. Es un win win.

La persona amable puede ser confundida por sumisa o débil, pero nada más lejos. Como dice el refranero: lo cortés no quita lo valiente. Los amables perpetuos saben bien que se llega lejos tomando la iniciativa de la cordialidad y el agrado. Siempre hay tiempo para ser antipáticos, afilados o bruscos, y alejar al que se confunda y quiera aprovecharse de esa amabilidad.

El amable deja un buen recuerdo en la memoria del otro porque le ha tratado bien, y por ese motivo se le abren puertas impensables. Ese es otro motivo por el que vale la pena tomársela en serio y proponérsela como una filosofía de vida: «Voy a ser amable».

Los carismáticos son grandes amables

En la base del comportamiento de las personas carismáticas, ya sean hombres o mujeres, podemos encontrar grandes dosis de amabilidad. Lo dicho, no se trata de ser blandos o débiles, o permanentemente fáciles, sino de tener un buen número de conductas cálidas por medio de las que los demás se sienten bien a nuestro lado. Se sienten vistos, respetables, especiales.

El carismático es especialmente hábil en el trato con los demás. Por eso con frecuencia, en las empresas el cargo de presidente suele ser alguien carismático; porque siempre harán un buen papel en las relaciones institucionales, anteponiendo el mantener un buen clima en las diferentes situaciones sociales que les toque estar.

En el caso concreto de los carismáticos, lo combinan con dosis de seguridad en sí mismos, da igual si son cargos importantes en una empresa o la persona más humilde del barrio. Esa combinación de cercanía/seguridad les hace resultar visibles y magnéticos.

Algunos consejos fáciles

  • Saluda siempre. Da igual si crees que el otro no te reconocerá o no te suele saludar. Saluda, aunque sea de lejos solo con la mano o levantando las cejas.
  • Estate presente: envía un mensaje cuando alguien esté mal, haz visitas, acompaña, da likes…
  • Pon toda tu expresión no verbal a trabajar, en positivo: miradas cómplices, tono de voz tranquilo y alegre, dedicar atención, un abrazo, alargar un segundo más el saludo al dar la mano…
  • Ten en el radar qué funciona: la alegría, paciencia, empatía, interés, agradecimiento, anticipación, cortesía… Todas esas conductas prosociales valen oro y son gratis: ponlas en práctica ya con todos.
  • Revisa qué elementos no verbales negativos sueles hacer: trágate las muestras de impaciencia, de mal humor, de sorna… No solo hay que saber qué hacer sino sobre todo qué es conducta desagradable, que echa todo por tierra. Insisto, no es fácil pero las pequeñas mejoras son la clave.
  • Descarta las críticas a los demás… La crítica tiene una respuesta cerebral dopamínica al principio y de sentirnos miserables después… Y sobre todo es tóxica. Sé amable aunque solo tú lo sepas.
  • La lente de la compasión ayuda. Relacionado con no juzgar, querer tener una visión compasiva con los defectos y errores del otro ayuda a que nos nazca ser más amables con esa persona. Quién sabe por qué el otro hace lo que hace… y probablemente no es tan grave.
  • Sé generoso en la alabanza. Hay a quien alabar parece que le cueste dinero. Si una comida ha estado deliciosa, una idea te ha parecido novedosa, si hay algo que agradecer a alguien… muéstraselo. Con o sin palabras.

Pregunta a tu entorno

Pregunta a tu entorno si puedes considerarte una persona amable. Estate dispuesto a escuchar la respuesta y ver por dónde tienes que mejorar.

La amabilidad puede ser entendida como una filosofía de vida, cuesta poco y se gana mucho. Qué mejor inversión.

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