En una entrevista a Camilo José Cela que leí hace muchos años, le preguntaban:
- ¿Qué destacaría de llegar a los 80 años?
- Por fin he aprendido a decir no.
Y tomé nota mental de no esperar a los 80. Entonces tenía 20. Al cumplir 40, llena de compromisos de todo tipo, recordé a Cela y empecé a decir no. A mis 45 aún digo sí más de lo que quisiera, pero cuando digo no me siento muy bien.
Porque esto es un proceso. Uno que conviene darle carácter de urgencia, por cierto. ¿O vamos a esperar a tener 80 para vivir con más autenticidad?
SITUACIONES HABITUALES
Un favor repetido a alguien, una responsabilidad que aceptaste en su día y dura años, decisiones que afectan aa tu empresa, planes sociales que no van contigo por el motivo que sea, las agendas de socialites de nuestros hijos… ¡Cuántas veces volvemos a encontrarnos otra vez en esa situación que no queríamos!
Nos encontramos en las mismas porque no sabemos plantarnos, decir que no. Porque vivimos con inercias. Porque decir que no puede implicar defraudar a alguien. Tememos rebajar nuestro estándar de servicialidad y parecer egoístas, faltos de empatía. Quizá también se nos cruza por la cabeza pensar que diciendo «no» estamos procrastinando (falso).
Pero no. Porque no van por ahí los tiros.
La cosa va de que nosotros sabemos que estamos aceptando más de la cuenta y eso nos llega a suponer un malestar en el que podemos pasar de sentirnos cumplidores, autoexigentes y pro sociales a… poco firmes, de fácil abordaje.
Pero de fácil abordaje no a los ojos de los otros, que eso nos debe dar bastante igual, sino a nuestros ojos: los jueces que importan. A quien defraudamos es a nosotros mismos: “¿es realmente necesario verme en estas, otra vez?”. Nos acostumbramos a convivir con ese desgaste y frustración.
MÁS VALE UNA VEZ COLORADO QUE CIENTO AMARILLO
Dar el paso de decir no puede causarnos vergüenza, incomodidad, suponernos un auténtico mal trago. Y para evitar esas sensaciones que nos violentan: nos callamos, nos mostramos pasivos o decimos sí incluso esbozando una sonrisa que parece que hasta nos gustar estar diciendo sí. Cuando en realidad seguramente salimos perjudicados en alguna medida.
Por eso me encanta sacar a colación este refrán tan útil: más vale una vez colorado que ciento amarillo, que viene a decir que es preferible pasar un mal trago afrontando alguna comunicación difícil, que decirlo a medias y vernos otra vez atrapados en aquello que no queríamos.
Aprender a decir no es adquirir una habilidad en la que marcamos límites, respetamos nuestras preferencias, sin sentirnos mal por ello. Pero ¿cómo decir no sin agobios?
¿CÓMO DECIR NO?
1. APOYARTE EN LA ASERTIVIDAD
La asertividad es una de las varitas mágicas de la comunicación. Es el estilo comunicativo que combina firmeza y tacto. No crea malestar, porque no es agresivo ni en las palabras ni en la comunicación no verbal. No hay miradas penetrantes, volumen alto o gestos intensos. Y por otro lado no muestra debilidad, que sería lo que sucede cuando nos callamos, miramos hacia abajo, sonreímos o decimos sí (comunicación pasiva).
Es poco habitual encontrar personas asertivas. Por eso es mejor hablar de actitudes o de comunicación asertiva, porque todos podemos implementarlo. La buena noticia es que si tenemos voluntad de practicar la asertividad, se va progresando. La asertividad deja con buen cuerpo a emisor y receptor.
Actitudes asertivas:
- Exponer tu punto de vista o decisión con claridad
- Mostrar que entiendes la situación del otro
- Evitar ser rotundos. Aplicar mano izquierda
- Mantenerse en la cortesía
No tenemos por qué justificar nuestro no. Sin embargo siempre ayuda una explicación, aunque sea escueta.
2. LOCALIZAR TUS MIEDOS
Es conveniente comprender cuanto antes que el miedo nos gobierna más de lo que pensamos. Mejor dicho, los miedos, porque tenemos infinidad. Miedo a estar solos. Miedo al qué dirán. Miedo a caer mal. Miedo a que no cuenten conmigo. Miedo a perder dinero…
Si puedes localizar tus miedos, es un enorme paso adelante. ¿Miedo a que no me llamen más porque he dicho que no a esto? Ya vendrán otros. ¿Miedo a qué pensarán de mí? Lo importante es lo que tú pienses de ti y tú sabes que sueles dar mucho y por eso en algunas cosas dices que no.
Esos miedos se irán disipando como la niebla cuando compruebes que los beneficios superan con creces los costes.
3. VISUALIZAR CÓMO TE SENTIRÁS
Cuando has considerado que tenías que decir que no, has sido capaz de pasar el mal trago (te has puesto colorado) y te has librado de los “ciento amarillo”… es importante desechar posibles sentimientos de culpabilidad y en cambio sentirse orgulloso y disfrutar de haber sabido defender tus intereses.
Si te centras en los miedos, te paralizas. Si te centras en cómo te sentirás, en lo que ganas, te es más fácil lanzarte.
PARA CONCLUIR
Es más que habitual que decir no sea lo insólito. Pero a todo se aprende, y si tienes claro el proceso interno que supone ir adquiriendo la habilidad, así como qué recursos comunicativos facilitan, antes que tarde estarás disfrutando de saber decir que no. No hace falta esperar a tener 80, estar cansado y con dolencias, para decir no. Puedes empezar hoy.