«¡Pues a la porra con el barco!», «¡El fabricante de este barco es tonto!» y más expresiones del estilo oía que iba diciendo a grito pelado una de mis hijas el día después de Reyes al intentar montar un barco pirata XL de Lego. Tiene 9 años y el barco es para 14; anda que también los Reyes…
Y ahí estaba, avanzando despacio y lidiando a tortas con la frustración. Aunque un poco víctimas, todo sea dicho, también es una reacción natural porque cuando algo se interpone en la consecución de una meta, cuando el objetivo se frustra, aparece la ira. Pero claro, nuestra reacción como padres suele ser, y en mi caso fue: «¡pero no te enfades!» y más bla bla bla del de siempre. En casa del herrero…
En su escuela me han dicho mucho «tiene que aprender a tolerar la frustración». Desde luego, y por lo que veo a lo mejor no vivo para contarlo. Pero primero… ¡tendrá que entenderla, que la ira sea una vieja conocida!
«No llores…!» si se pegan la torta del siglo, o «¡Disimula!» si se parten de risa cuando alguien se tropieza en la calle y acaba rodando toda la compra por el suelo. La situación es divertida, pero prohibido reírse. O si ven a una persona con una apariencia excéntrica quizá les daremos a entender de un sutil codazo que no miren tanto. Al final, es un estímulo nuevo y sienten sorpresa y curiosidad por explorar aquello desconocido.
Total, que entre pitos y flautas las emociones acaban totalmente metidas en el armario y confundidas, y desde siempre hemos crecido, en unas culturas más que en otras, en unas familias más que en otras, con muchas de las emociones torpedeadas nada más emerger. Y claro, llegamos luego a la edad adulta que sí sabemos cómo nos llamamos pero ¡a ver quién le pone nombre a sus emociones, o entiende qué las ha desencadenado! De enseñárselas a los niños ya ni hablemos.
En el fondo: ¡bendita espontaneidad la de los niños! Me encanta observarles. Son un manual abierto. Aún con edades cortas (9, 7 y 3 en mi caso), en casa suelen mostrar toda la panoplia de expresiones corporales sin filtro. ¡Quién pudiera!
Pero desde hace unos pocos años esto está cambiando. En algunas escuelas en los ciclos de educación infantil ya se implanta un programa de conocimiento de las emociones. Las primeras en recibir el programa educativo: ¡las educadoras! Se tienen que formar en entender la tristeza, la alegría, el miedo… para poder después trabajarlo en clase. ¡Me parece un avance tan importante! ¡Por fin!
Creo que estamos en un momento de rescate total de las emociones. Hay películas (Inside Out), libros sobre inteligencia emocional… Y otra prueba de que les ha llegado el momento es que en las jugueterías cada vez podemos encontrar más juegos explícitamente centrados en la emoción: memory, oca, libros ilustrados, muñecos… Estas Navidades, igual que las de años recientes, he podido ver mucha más oferta sobre esta temática. Y si se busca en Amazon «emociones + juguetes» la lista no es corta. Fui haciendo fotos y esto son ejemplos:
Al final, quizá suceda como con la tecnología, que nuestros hijos serán los que nos enseñen cómo funcionan 🙂
Hablar de emociones en casa es positivo; deshacer la medeja: desde aceptarlas, hasta entender por qué surgen, cuánto probablemente tarde en desvancerse su «efecto», qué se puede esperar de una persona que está sintiendo esa emoción, cómo reconocer las emociones en el lenguaje no verbal del otro y en el comportamiento no verbal propio… Muy útil 🙂
Pero los niños no van a ser los únicos que se formen en la materia. Ya que estamos, aprovecho para adelantaros que este año tengo el honor de participar en un máster nuevo. Un máster online de márketing de moda recién salido del horno y en el que formo parte de un claustro de profesores de disciplinas punteras, y en el que seré profesora de asignaturas relacionadas con las emociones y su expresión. Allí podré ahondar en esta materia que me apasiona junto a otros profesionales igualmente entregados.
Os dejo web del máster aquí y pronto cuento con explicároslo más detalladamente:
¿Quién dijo que aprender de emociones es solo cosa de niños?
Un saludo cordial a todos,
Ana