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Nuestra apariencia, comunicación no verbal en estado puro

«¿Qué aparento?» Quizá sea una pregunta que nos hayamos planteado alguna vez. Si no te la has hecho nunca, te invito con este artículo a ahondar sobre uno de los canales más potentes de la comunicación no verbal, y que a mí me gusta trabajar especialmente: la apariencia.

Me da la sensación de que en general lo que tenga que ver con el concepto «parecer» lo consideramos a priori algo rechazable, alejado de la autenticidad. En el refranero español, que me gusta porque suele dar idea de cómo piensa nuestra sociedad, abundan los refranes o expresiones negativos sobre la apariencia:

No es oro todo lo que reluce
El hábito no hace al monje
Caballo grande, ande o no ande
La oveja negra resultó ser la oveja blanca
Un lobo con piel de cordero
De noche todos los gatos son pardos
No todo el que lleva zamarra es pastor

En la misma línea, una de las cualidades que más me demandan en los asesoramientos de comunicación no verbal es precisamente ser percibido como honesto; parecer honesto, en definitiva, aunque en sí misma esta petición pueda considerarse una sutil contradicción.

Sin embargo, en todas las comunidades del globo, ya sean más industrializadas o estén más en contacto con la naturaleza, ya sea la sociedad nipona o la masai, se cuida la apariencia en algún grado y varios aspectos. Los propios animales tienen rasgos de apariencia engañosos que están orientados a la supervivencia: colores intensos que dan idea de lo venenosos que son, insectos que parecen palos, peces que parecen rocas, mariposas con dibujos en forma de ojos en las alas, etc.

Volvamos a los humanos. En una interacción social, la primera toma de contacto con otra persona es la apariencia y se da a través de la vista. Por ese motivo, en las primeras impresiones la apariencia desempeñará un papel esencial sin duda alguna (¿cuántas veces descartamos dirigirnos a alguien solo por su aspecto?) y siempre se recomienda cuidar todos los detalles en ese primer encuentro: una cita romántica, una entrevista de trabajo, un juicio, la venta de un inmueble… Pero la apariencia no es importante solo para formar una primera impresión, sino que en sucesivas interacciones, en casi todas las ocasiones, seguirá siendo clave desde el punto de vista comunicativo.

A través de la apariencia, nos hacemos una idea de cómo es la otra persona, y los demás se hacen una idea sobre nosotros. Deducimos rasgos de identidad, valores, estados de ánimo, personalidad, actitudes, posición económica, ideas políticas… Todo eso sin necesidad de haber pronunciado palabra.

Aunque hay algunos rasgos que podemos adivinar de forma bastante acertada (sobre todo sexo, edad), nuestras deducciones están condicionadas por las experiencias personales que tengamos e incluso por nuestros prejuicios.

Aun así, la apariencia se basa en lo que socialmente está establecido. Por ejemplo, en España si veo a un hombre con un anillo dorado o plateado fino en uno de sus dedos anulares, deduciré que este hombre está casado; si veo una mujer en la cincuentena con el pelo blanco, es decir, sin teñir, es probable que piense que tiene unas ideas concretas sobre la relación mujer-envejecimiento; si veo un bebé con pendientes, creeré que es una niña, y si voy a India y veo a dos hombres cogidos de la mano deduciré que tienen una relación sentimental (aunque allí es una señal de amistad, si no tengo ese conocimiento esa será mi deducción).

¿Y de nosotros? ¿Qué aparentamos cada uno de nosotros? ¿Qué elementos en concreto son importantes en la apariencia? Todo. Todos los elementos de nuestra persona y lo que nos rodea intervienen en la percepción que los demás tengan de nosotros. Hagamos una lista (no exhaustiva) para que podamos ver hasta qué punto todo cuenta en la apariencia:

⇒ Atuendo: prendas de vestir, accesorios, gafas, joyas o ausencia de ellas, llaveros

⇒ Complexión física, tanto del cuerpo como de la cara

⇒ Pelo y piel: barba, bigote o el ir afeitado; peinado, color del pelo, maquillaje o no y qué estilo; tatuajes, bronceado, ojeras, marcas, cicatrices

⇒ Dispositivos electrónicos: teléfonos, tabletas… y sus complementos (auriculares, fundas…)

⇒ Vehículos: qué coche/moto/bicicleta llevamos, y en qué estado lo tenemos

⇒ Oficina: cómo es nuestra oficina, en qué calle o barrio se encuentra, qué muebles y elementos hay en ella, cómo solemos tener nuestra mesa de trabajo

⇒ Vivienda: ubicación, mobiliario, fotografías (¿fotos nuestras?, ¿fotos con gente importante?, ¿fotos de los familiares?), estado, decoración

⇒ Con qué otras personas estamos o solemos ir

⇒ Animales de compañía

⇒ Y más…

Todos esos aspectos hablan de nosotros a los demás y viceversa. Lo natural sería que los valores personales y las cualidades que proyectamos coincidieran, pero no siempre es así y no siempre conviene que sea así, razón por la que la apariencia va bien estudiarla y trabajarla si intuimos que eso puede ayudarnos en algún aspecto de nuestra vida, o percibimos que la imagen que los demás tienen de nosotros no coincide ni nos gusta con lo que creemos nosotros.

Los personajes públicos, sobre todo los políticos, son los que cada vez más tiran de asesoramiento, pues saben que siempre son carne de televisión, fotografías para prensa, vídeos de paseantes, etc. A veces emplean su imagen para hacer «que parezca que…» y otras veces usan elementos de su apariencia como firmes transmisores de un mensaje específico.

En los artículos próximos, de vez en cuando analizaremos a personajes públicos solo desde el punto de vista de su apariencia como elemento de la comunicación no verbal, y podremos valorar juntos la importancia y eficacia de este canal, e ir incorporando conocimientos para aplicarlos a nuestra propia persona.

Un cordial saludo a todos,

Ana

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